El keniata Julius Rono correrá 10k en Rafaela

Esta semana la Municipalidad de Rafaela informó que el 2 de septiembre el keniata Julius Rono estará tomando parte de la competencia en la distancia de 10 kilómetros. Con una historia particular y superadora eligió a Rafaela como su próximo destino para correr y estará presente este domingo.

En una entrevista publicada por el Diario La Nación el año pasado, Julius Kipngetich Rono (31 años, nacido en la zona rural de Kapsabet, al oeste de su país y que lleva una década en Argentina), expresó que “Corrí toda la vida. Es que si llegás tarde te castigan con látigo en las manos, o en la cola”, recuerda Rono sobre su traumática infancia.

Antes de los siete años sufrió malaria dos veces (“fue fuerte”),  se la pasó postrado en su choza. El tercer ataque fue peor, acostado no iba a sobrevivir. “Me salvó mi abuela, me llevó a upa hasta la ruta donde pasó una tráfic del hospital”. Para ubicarnos en el contexto, la familia de Rono tuvo su primer vehículo cuando Julius cumplió 15 años, “ahí compramos una bicicleta”.

Sin bicicleta igual podía correr cada día hasta la escuela, en total 14 kilómetros. Más de cuarenta alumnos de toda la zona gastaban los caminos que convergían a ese templo del saber. “Uno solo tenía reloj”, señaló Julius, y recuerden que llegar en horario era muy importante. El ostentoso alumno cronometrado venía por otro camino “pero si chiflaba una vez, había tiempo”, explica el código, “ahora si chiflaba dos veces, ¡había que mover más la patas porque se hacía tarde!”. Se entiende lo motivador que puede ser un látigo en la formación de un niño.

Pero el tiempo pasó y la bendita tecnología occidental llegó hasta el corazón del continente negro. “Cuando veía moto o auto, para mí era muy extraño”. Acostumbrado desde niño al rugido del león o al bramido del elefante, cuando el pequeño Julius descubrió el estruendo de una moto, corrió a toda velocidad para poder verla. “Pero tampoco me acerqué tanto; la miraba, pero de lejos”.

El tiempo pasó, Julius sobrevivió a pestes y hambrunas. “La peor fue la inundación del ‘98”, recuerda, “ahí mamá nos decía: vayan a dormir que los llamo para cenar, y nunca nos llamaba”. Increíblemente el espíritu humano encuentra alegría en la inmensa tristeza (y también al revés), y Julius rescata que gracias al flagelo Europa mandó alimentos y él descubrió algo impensado. Ellos todavía la vida habían comido maíz blanco, no imaginaban que existiera de otro color. “Ahí descubrí el maíz amarillo”, celebra sonriente y agrega: “Pensamos que era mentira y fuimos con todos mis hermanos; papá abrió la bolsa para que lo viéramos”.