Luisina Simondi tocó el cielo con las manos

El alpinismo ya forma parte del ámbito de disciplinas deportivas anexadas por Luisina Simondi, y con creces. Hacer cumbre en el Aconcagua es llegar a lo máximo por estas latitudes, sobre todo porque es la montaña más alta de Argentina y de América con 6.962 metros.

En una época propicia para que andinistas de todas partes del mundo vayan por la proeza, también por estos días hubo noticias de accidentes fatales en esos intentos, pero afortunadamente y por la capacidad y precauciones del grupo, todo salió tal cual lo planificado.

Luli llevó a cabo la gran experiencia junto a su novio Guido Bordesse, oriundo de San Francisco pero que lleva viviendo varios años en Esperanza, y otros amigos de la ciudad cordobesa. Un dato no menor es que la rafaelina jamás había hecho treking a más de 3500 mnm, aunque sí había llegado pedaleando a los 5000 msnm.

«El viaje comenzó en bici con mi novio. Salimos de Rafaela con la idea de llegar a Mendoza y ahí nos subíamos en el auto para seguir viaje con otros 3 chicos que subían el Aconcagua. Fueron 7 días que pedaleamos con los equipajes… días de mucho calor, largos y duros cuando el terreno se ponía cuesta arriba. Llegamos a La Toma, San Luis y ahí nos buscó el grupo con el que emprendimos la aventura a Mendoza», nos contó la biker en la introducción.

Bordesse ya conocía la satisfacción de llegar a la cima de la emblemática montaña, ya que en 2015 había concretado con éxito la expedición junto a Jerónimo Bonino, quien se está por recibir de guía de alta montaña, y estuvo a cargo del grupo en esta ocasión.

«Los inexpertos éramos Micaela Mulassano, Ezequiel Fucero y yo. Los primeros días que ingresamos al parque y emprendimos las primeras caminatas, escuchábamos los relatos de los días previos y nos asustaban un poco; había estado nevando mucho y hacía 15 días nadie lograba hacer cumbre. Seguimos subiendo y ya nos enterábamos de muchos accidentes debido a la nieve, así que preparamos los grampones para subir al campamento número 2 que se llama Nido de Cóndores. Una vez en el campamento, con la idea de tirar cumbre desde allí (diferente a lo que hace la mayoría que tira desde un campamento más arriba), tuvimos que postergar la cumbre un día más ya que algunos sentíamos cansancio», nos fue describiendo Luisina en un raconto que parece simple, pero que resume días y horas de intenso trajín combinado con incertidumbre.

Continuó contándonos «que el 29 de enero a la 1 de la mañana, derretimos nieve para llevar en el camino, nos abrigamos con la indumentaria necesaria para temperaturas de -20/-30 grados bajo cero y a las 2 comenzó la caminata más importante! Llegamos a la cumbre a las 17 hs, después de atravesar lugares riesgosos, muy empinados pero valió la pena. La satisfacción es enorme, increíble, estábamos más alto que las nubes y en la montaña más alta de América», contó con una emoción percibida fácilmente, y no es para menos.

«Todo fue muy loco, emocionante, difícil de expresar con palabras. Disfrutamos un ratito arriba porque ya era tarde y llegamos al campamento nuevamente a las 2 de la mañana, es decir que le pusimos 24 horas hasta llegar otra vez, aún más orgullosos de lo que pudo hacer el cuerpo», detalló sobre esos instantes inolvidable entre nubes y el posterior regreso.

MOMENTOS UNICOS

Sobre algunas anécdotas, nos contó que «en el regreso, los guardaparques no nos dejaban bajar desde Confluencia hasta Horcones por el horario, hasta que los convencimos. Cuando creíamos que no teníamos más piernas, tuvimos que bajar casi al trote para que nos dejen salir».

Dado que no tenia como hábito practicar alpinismo, Luli valoró que «tanto la indumentaria, y otros elementos necesarios fueron todos prestados por amigos: campera de pluma, mitones, las botas triples para la nieve, piquetas, bolsa de dormir. ¡Caminé con botas 4 números más grandes de lo que calzo!. Pero gracias a quienes se solidarizaron pude hacer cumbre así que muy feliz y agradecida».